Una noticia extremadamente dura y dolorosa lleva conmocionando a las redes sociales desde hace unos días: La muerte de Norma Lizbeth, una niña de 14 años asesinada a manos de una de sus compañeras de escuela de la misma edad. El solo enterarse de este hecho es suficientemente desolador, pero el cuento de terror no termina ahí. Lo que pasó antes y después del ataque a Norma Lizbeth son un reflejo de la violencia que nace de la discriminación, de la pobreza y de la cultura de nuestra sociedad.
Los hechos de esta terrible situación aquí relatados, no son con el fin de contribuir al amarillismo alrededor de la muerte de Norma, sino para intentar reflexionar sobre la pregunta: ¿Cómo nos convertimos en una sociedad donde las infancias se asesinan entre ellas?
Norma Lizbeth asistía a la escuela secundaria Anexa Normal de Teotihuacan, sus compañeras y amistades la definen como una persona tímida la cual sufría de acoso y maltratos por parte de algunos de sus compañeros. Norma había intentado comunicar la situación a las autoridades de la escuela, pero nunca hubo una intervención oportuna.
A Norma, la molestaban por su color de piel y por la situación económica de su familia, y el 21 de febrero fue provocada por una de las compañeras que la molestaba a enfrentar una pelea fuera de su escuela. Ahí su agresora le propinó una golpiza con una piedra mientras Norma trataba de defenderse, mientras que sus demás compañeros que observaban alentaban a la agresora de Norma a seguirla golpeando mientras reían y grababan el ataque.
Cuando Norma quedó tirada en el suelo un hombre que pasaba por ahí dio aviso a las autoridades de la escuela, quienes llamaron a ambas alumnas y decidieron suspenderlas de clases por algunos días, con la excepción de que asistieran a la escuela a presentar sus exámenes. Norma, ensangrentada, con una fractura nasal y castigada por la dirección de la escuela, acudió al médico por la molestia que persistía en su cabeza, para lo que únicamente le dieron una pastilla para el dolor.
Días después Norma comenzó a presentar desmayos y 3 semanas después falleció de traumatismo craneoencefálico según la autopsia de la Fiscalía General de Justicia del Estado de México. Ahora la compañera de norma que la golpeó se encuentra retenida en un centro de internamiento especializado en delitos cometidos por menores de edad, donde espera se dicte su condena. Los padrés y amigos de Norma exigen justicia, ¿Pero cómo se puede obtener justicia en un caso como este?
Con esta tragedia se han condenado la vida de dos menores de edad. Por supuesto que ahora nada puede quitarle responsabilidad a la menor que golpeó a Norma hasta causarle daño mortal pero, ¿es ella la única responsable?
En el relato de los hechos es claro que la culpa, la responsabilidad de la muerte de Norma estuvo en muchas manos. Las instituciones y autoridades que existen para proteger los derechos y la vida de las infancias deben ser responsabilizadas por omisión y negligencia; la escuela, los servicios de salud y protección civil estatal son cómplices directos de la muerte de esta joven.
Pero la cadena de responsabilidades no termina ahí. Sí bien ahora hay una menor detenida inculpada como responsable, en la que se está recargando toda posibilidad de justicia, no podemos ignorar que detrás de ella hay una estructura de personas y un sistema que le enseñó a hacer justo eso que hizo. Entre todo este dolor no podemos olvidar que las niñas y los niños agresores también son víctimas de violencia en su entorno.
Y la conducta aprendida de esta adolecente no es solo culpa de sus padres y de los adultos en su casa, sino de toda una sociedad que hace apología de la violencia y la naturaliza como modo de vida. Y lo mismo podemos decir de todas aquellas personas jóvenes que presenciaron y alentaron el asesinato de Norma. Criminalizar a la niñez y a la juventud, es desresponsabilizar a los adultos que por un lado crían y obligan a las infancias a adaptarse a un mundo violento, y luego les castigan por practicar lo aprendido.
Las infancias son el espejo de la sociedad. Y en este caso podemos ver reflejado que en México tener un tono de piel un poco menos oscuro, y un poco más de dinero que las personas de a lado, es suficiente para reproducir las estructuras violentas de discriminación. El racismo mata, el clasismo mata, la precariedad mata, y la indiferencia también. No son solo formas de pensar inofensivas, implican en ellas una asimilación inconsciente del valor diferenciado de las personas.
Como adultos y adultas, somos responsables de estos actos atroces mientras no cambiemos radicalmente nuestro discurso y nuestras prácticas hacia una cultura de paz y resolución de conflictos de manera asertiva, sin violencia, de lo contrario eventos como este solo seguirán reproduciéndose aceleradamente.